“Bienvenido al Mundo, señor Xylt”
Una incubadora, de dos metros de largo y uno de ancho, grisácea, comienza a rotar de modo que queda a 90º del suelo sobre el que se encuentra. La voz, robótica, hace las veces de guía ante un “algo” que se encuentra dentro de dicha, y una vez el aparato queda completamente estático, se abre.
“No tenga miedo de los operarios, están aquí para ayudarle”
Dos hombres de traje blanco impoluto se acercan a la extraña incubadora, y con máscaras amarillas chillonas extienden sus manos hasta el aparato, donde sujetan por los brazos a lo que parece un hombre. Pálido, demacrado y con un rostro completamente perdido, pero hermoso y joven, a pesar de todo.
Al tocarle la piel, directamente, uno de los dos operarios aparta las manos a toda velocidad, sintiéndole exageradamente... frío.
- ¿Dónde estoy? -Pregunta el nuevo Ser.
- En el Mundo, señor Xylt. -Responde el operario que se encuentra más calmado, pareciendo llevar bien la situación.
- Y eso... ¿Dónde está?
El hombre de blanco izquierdo mira al derecho, haciendo una mueca con los labios, que son invisibles a través de su amarilla máscara. No saben qué contestarle.
Con algo de ayuda, el señor Xylt poco a poco sale por completo de la incubadora, y camina hacia el frente, tembloroso.
- ¿Qué es ésto...? -Pregunta el Ser, consternado con los ojos exageradamente entornados. Parece asiático, siendo occidental.
- Es la Luz, señor Xylt. Le hace daño en los ojos. - contesta un operario.
- No me gusta.
Elevando la mano, y llevándola hasta su frente, consigue que la luz no le incida directamente y así puede mirar a su alrededor, sin comprender nada.
Pasan los minutos, y los operarios conducen al hombre a una sala oscura, cerrada, con el suelo y las paredes completamente acolchados, sin luz alguna. Dentro, le sueltan dejándole reposar contra una esquina, y salen del lugar cerrando la puerta tras de sí, sin mediar palabra, y con la mirada de Xylt clavada en sus nucas, girando el rostro como un gato atontado. El operario que antes estuviese a la izquierda, el más inexperto, vuelve a fruncir los labios y le mira a través del cristal de ojo de pez que tiene la puerta, una vez ésta está cerrada. Parece contrariado, o quizá triste... El hombre no puede saberlo.
Pasan las horas, y las horas, y nada ocurre en aquel frío lugar, donde ni un sonido acompaña al momento. El hombre comienza a tener hambre, y sed, pero no sabe lo que eso significa, porque simplemente, no sabe apenas nada.
En el transcurso del tiempo, y la ausencia, el señor Xylt no se mueve de su sitio, contraído sobre sí mismo por el frío.
Sin embargo, el silencio repentinamente es roto.
- Al menos, he conseguido librarme de esa tal “Luz”.
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