Aquella
noche tocaba guardia. No serían ni las once cuando el sol comenzó a
caer por detrás de los altos edificios, y ella ya estaba preparada,
con sus vaqueros oscuros y su corset negro ceñido en cuyos lados
había sendas dagas que servían de armas secundarias, o arrojadizas,
mas un par de pistolas ancladas entre recios cintos de cuero. Por
último, cuando alcanzó la puerta del piso, sujetó la capa negra
con capucha que había colgada a un lado de ésta, y la miró
detenidamente.
A su lado, el brillo de su espada sobresaliente de su propia vaina le devolvió el reflejo de sus ojos, coloreados entre tonos marrones, verdes y... Amarillos.
Sólo ellos tenían los ojos amarillos. Totalmente comidos por círculos superpuestos unos sobre otros, cegadores, brillantes, asombrosamente fríos y muy... Amarillos.
Cuando aquel color febril se comiese el resto, ella ya no existiría.
Desechó la idea de su mente, se colocó la capa, se enfundó la espada en la cintura de forma cómoda para que no chocase contra sus piernas al correr, y se subió la capucha hasta taparle la frente, de modo que al agachar el rostro no se pudiese ver su mirada, pero pudiese tener siempre visibilidad suficiente como para sobrevivir a la noche.
Entornó sus dedos alrededor del pomo de la puerta y respiró hondo. Sus objetivos estaban claros y muy bien detallados: Arrebatar la vida de todos los ellos que hubiese morando las calles aquella noche. De todos.
No importaba si pedían clemencia o no, pues todos habían perdido la cabeza, aún si algunos la mantuviesen lo suficiente como para intercambiar algunas palabras. Todos tenían ese tinte de locura en la mirada inconfundible, en ese color enfermizo que se la iba comiendo a ella día tras día.
La noche la recibió con una ventisca fresca de verano, acogedora, y un silencio casi atronador. Los pájaros ya no cantaban a esas horas, era normal, pero sí lo hacían los grillos. Cuando dejaban de hacerlo, es que algo no iba bien.
Tomó rumbo al sur, pues su posición estaba en las lindes norte de la ciudad y no tendría sentido haber avanzado en otra dirección. Además, aquella era su zona asignada por el Congreso, y no era quién para llevarles la contraria.
Apenas había tenido tiempo para sumirse en sus pensamientos tras haber cruzado dos manzanas, cuando el ruido de los grillos se detuvo. Su mano en el cinto fue tan rauda como su mirada al clavarse en la sombra que le acechaba, y cuando se giró sobre sí misma pudo ver cómo el brillo sepulcral de una mirada se asomaba a unos metros de distancia, tras un vehículo de tantos hacía tiempo ya abandonado.
- La luz es mi guía, el fuego es mi fuerte. - Dijo ella con voz sepulcral.
- Su hijo, mi corazón: férreo y valiente. - Contestó una voz masculina.
Ella bajó la mano que se había aferrado a la empuñadora de su arma lentamente, y caminó hacia la sombra de forma mansa y calmada. Éste, a su vez, igual lo hizo.
Sólo otro Guardián podía conocer el código, y el reflejo de sus ojos castaños ante la poca luz del ocaso, le dejó claro que estaba a salvo.
Él, por el contrario, al ver el brillo amarillo de los de ella, no pareció tan convencido.
- Se te echa la noche encima. - Anunció con voz queda. - ¿Cuántas lunas te quedan?
- Las suficientes. - Contestó ella. - Sólo tengo veintitrés.
- ¿Veintitrés? Eres demasiado joven como para sucumbir tan pronto. Es... Extraño. ¿A qué se debe?
- Ni lo sé, ni me importa. - Echó a caminar sin mirar atrás, de nuevo hasta su destino, conforme hablaba. - ¿Vas al sur o nos separamos aquí?
- Voy al sur, pero... - La mirada del Guardián lo dijo todo.
Ella sabía que no estaría cómodo en su presencia. Nadie estaba cómodo en la presencia de un iniciado, aquellos que comenzaban a ser comidos por la oscuridad, que tenían esa mirada que brillaba en la más férrea noche, de un amarillo fuerte y antinatural.
- Nuestros caminos se separan aquí, entonces. - Sentenció ella ocultando de nuevo su vista tras la tela de su capucha. - Que tengas buena guardia.
Se dispuso a caminar un par de pasos más, pero antes de ello se dio la vuelta y miró a su compañero de arriba abajo, sopesando si sería lo suficientemente hábil como para haber aguantado hasta ese momento con vida sólo, como estaba. No era común ver a un Guardián sin acompañante, ella solía ser la excepción. Pero no era quién para preguntar.
- Porta la llama. - Dijo la joven clavando sus iris casi amarillos en su alma.
- I-Ilumina el camino. - Contestó él asintiendo con el rostro, de forma casi patosa. Debía estar nervioso.
Si en lugar de seguir caminando hacia el sur aquella noche ella hubiese acompañado al otro Guardián, tal vez la vida le hubiese sonreído de otra manera. Quizá, el viento no hubiese dejado de arrullar entre los árboles con aquella premura. Puede que, al callar de los grillos, ella hubiese advertido el peligro y le hubiese alejado de allí.
Pero ella no estaba con él.
La vida, aquella noche, sonrió a ese Guardián con los ojos de ocho ellos que le siguieron, acorralaron, y comieron aún con vida de forma lenta y agónica. Y lo último que el hijo de Luz y Fuego vio, fueron los ojos amarillos de todas esas criaturas que carcajeaban a su alrededor en silencio, mientras se llenaban la boca con su sangre, relucir entre la luna y las estrellas.
Y ella, siguió su guardia hacia el sur, con los ojos siempre abiertos y ninguna luz a su alcance.
A su lado, el brillo de su espada sobresaliente de su propia vaina le devolvió el reflejo de sus ojos, coloreados entre tonos marrones, verdes y... Amarillos.
Sólo ellos tenían los ojos amarillos. Totalmente comidos por círculos superpuestos unos sobre otros, cegadores, brillantes, asombrosamente fríos y muy... Amarillos.
Cuando aquel color febril se comiese el resto, ella ya no existiría.
Desechó la idea de su mente, se colocó la capa, se enfundó la espada en la cintura de forma cómoda para que no chocase contra sus piernas al correr, y se subió la capucha hasta taparle la frente, de modo que al agachar el rostro no se pudiese ver su mirada, pero pudiese tener siempre visibilidad suficiente como para sobrevivir a la noche.
Entornó sus dedos alrededor del pomo de la puerta y respiró hondo. Sus objetivos estaban claros y muy bien detallados: Arrebatar la vida de todos los ellos que hubiese morando las calles aquella noche. De todos.
No importaba si pedían clemencia o no, pues todos habían perdido la cabeza, aún si algunos la mantuviesen lo suficiente como para intercambiar algunas palabras. Todos tenían ese tinte de locura en la mirada inconfundible, en ese color enfermizo que se la iba comiendo a ella día tras día.
La noche la recibió con una ventisca fresca de verano, acogedora, y un silencio casi atronador. Los pájaros ya no cantaban a esas horas, era normal, pero sí lo hacían los grillos. Cuando dejaban de hacerlo, es que algo no iba bien.
Tomó rumbo al sur, pues su posición estaba en las lindes norte de la ciudad y no tendría sentido haber avanzado en otra dirección. Además, aquella era su zona asignada por el Congreso, y no era quién para llevarles la contraria.
Apenas había tenido tiempo para sumirse en sus pensamientos tras haber cruzado dos manzanas, cuando el ruido de los grillos se detuvo. Su mano en el cinto fue tan rauda como su mirada al clavarse en la sombra que le acechaba, y cuando se giró sobre sí misma pudo ver cómo el brillo sepulcral de una mirada se asomaba a unos metros de distancia, tras un vehículo de tantos hacía tiempo ya abandonado.
- La luz es mi guía, el fuego es mi fuerte. - Dijo ella con voz sepulcral.
- Su hijo, mi corazón: férreo y valiente. - Contestó una voz masculina.
Ella bajó la mano que se había aferrado a la empuñadora de su arma lentamente, y caminó hacia la sombra de forma mansa y calmada. Éste, a su vez, igual lo hizo.
Sólo otro Guardián podía conocer el código, y el reflejo de sus ojos castaños ante la poca luz del ocaso, le dejó claro que estaba a salvo.
Él, por el contrario, al ver el brillo amarillo de los de ella, no pareció tan convencido.
- Se te echa la noche encima. - Anunció con voz queda. - ¿Cuántas lunas te quedan?
- Las suficientes. - Contestó ella. - Sólo tengo veintitrés.
- ¿Veintitrés? Eres demasiado joven como para sucumbir tan pronto. Es... Extraño. ¿A qué se debe?
- Ni lo sé, ni me importa. - Echó a caminar sin mirar atrás, de nuevo hasta su destino, conforme hablaba. - ¿Vas al sur o nos separamos aquí?
- Voy al sur, pero... - La mirada del Guardián lo dijo todo.
Ella sabía que no estaría cómodo en su presencia. Nadie estaba cómodo en la presencia de un iniciado, aquellos que comenzaban a ser comidos por la oscuridad, que tenían esa mirada que brillaba en la más férrea noche, de un amarillo fuerte y antinatural.
- Nuestros caminos se separan aquí, entonces. - Sentenció ella ocultando de nuevo su vista tras la tela de su capucha. - Que tengas buena guardia.
Se dispuso a caminar un par de pasos más, pero antes de ello se dio la vuelta y miró a su compañero de arriba abajo, sopesando si sería lo suficientemente hábil como para haber aguantado hasta ese momento con vida sólo, como estaba. No era común ver a un Guardián sin acompañante, ella solía ser la excepción. Pero no era quién para preguntar.
- Porta la llama. - Dijo la joven clavando sus iris casi amarillos en su alma.
- I-Ilumina el camino. - Contestó él asintiendo con el rostro, de forma casi patosa. Debía estar nervioso.
Si en lugar de seguir caminando hacia el sur aquella noche ella hubiese acompañado al otro Guardián, tal vez la vida le hubiese sonreído de otra manera. Quizá, el viento no hubiese dejado de arrullar entre los árboles con aquella premura. Puede que, al callar de los grillos, ella hubiese advertido el peligro y le hubiese alejado de allí.
Pero ella no estaba con él.
La vida, aquella noche, sonrió a ese Guardián con los ojos de ocho ellos que le siguieron, acorralaron, y comieron aún con vida de forma lenta y agónica. Y lo último que el hijo de Luz y Fuego vio, fueron los ojos amarillos de todas esas criaturas que carcajeaban a su alrededor en silencio, mientras se llenaban la boca con su sangre, relucir entre la luna y las estrellas.
Y ella, siguió su guardia hacia el sur, con los ojos siempre abiertos y ninguna luz a su alcance.
No las necesitaba.
Todos los que tenían el amarillo en la mirada, podían ver en la oscuridad.
Por eso, la noche es de ellos.
Por eso, la noche es de ellos.
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Éste será el primer pequeño relato de una saga que poco a poco iré formando.
Espero que os guste, realmente estoy disfrutando como una niña al escribirlo.
Espero que os guste, realmente estoy disfrutando como una niña al escribirlo.
¡Que lo disfrutéis los que lo aguantéis!
Vic Jade.
Vic Jade.
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