With the Promises Betrayed by Vampire-Sacrifice's |
Las
balas duraron poco. Aya se sentía sin manos suficientes como para
disparar como era debido, y a cada dos pasos tenía que distinguir
entre amigo o enemigo. Gastó el cargador consiguiendo derribar a
cuatro de ellos, se giró para gritarle a los suyos que la siguiesen,
y echó a correr.
– ¡Tomaremos la plaza desde el nort...! – “Bum”
Una explosión. La bombona de gas más cercana, ardía en llamas. Algo debía haberla alcanzado. Todo sonido quedó opacado y los oídos de todo aquel cercano a la zona, pitaron con fuerza.
Aya hizo un gesto con la mano para que la siguiesen, y cuando asintieron echó a correr con ellos detrás una vez más. Lanzó la pistola a su espalda, vacía, y sacó la espada de su funda, estrechándola entre sus manos.
Una vez escondidos tras un muro de piedra, Unai se asomó por encima y pudo ver al menos a una veintena de enemigos. Le indicó el número a Aya con sus manos, y ella asintió.
Aya tomó aire, volvió a mirarlos a todos de nuevo y con una sonrisa, gesticuló con los labios: “¿Listos?”. Todos asintieron, con las armas en ristre. Aya sintió ganas de llorar, no de pena, sino de emoción. Sus caras decididas a luchar, por ellos, por los suyos, por la libertad... Era todo lo que necesitaba en aquel mundo. La cara Unai, mirándola como si ella fuese el objeto más preciado que proteger en el planeta... Se guardó aquella imagen en su mente, a fuego, para poder tenerla siempre consigo.
Su gesto tornó en decisión, miró al frente y se levantó, saltando el muro de un solo movimiento con la espada en alto. Más de seis enemigos se giraron, pero al verla con ese aspecto demacrado y solo una espada en mano se echaron a reír.
– ¡Tomaremos la plaza desde el nort...! – “Bum”
Una explosión. La bombona de gas más cercana, ardía en llamas. Algo debía haberla alcanzado. Todo sonido quedó opacado y los oídos de todo aquel cercano a la zona, pitaron con fuerza.
Aya hizo un gesto con la mano para que la siguiesen, y cuando asintieron echó a correr con ellos detrás una vez más. Lanzó la pistola a su espalda, vacía, y sacó la espada de su funda, estrechándola entre sus manos.
Una vez escondidos tras un muro de piedra, Unai se asomó por encima y pudo ver al menos a una veintena de enemigos. Le indicó el número a Aya con sus manos, y ella asintió.
Aya tomó aire, volvió a mirarlos a todos de nuevo y con una sonrisa, gesticuló con los labios: “¿Listos?”. Todos asintieron, con las armas en ristre. Aya sintió ganas de llorar, no de pena, sino de emoción. Sus caras decididas a luchar, por ellos, por los suyos, por la libertad... Era todo lo que necesitaba en aquel mundo. La cara Unai, mirándola como si ella fuese el objeto más preciado que proteger en el planeta... Se guardó aquella imagen en su mente, a fuego, para poder tenerla siempre consigo.
Su gesto tornó en decisión, miró al frente y se levantó, saltando el muro de un solo movimiento con la espada en alto. Más de seis enemigos se giraron, pero al verla con ese aspecto demacrado y solo una espada en mano se echaron a reír.
Todos
los que iban a su espalda saltaron tras ella, y la sonrisa se les
borró de la cara. Para entonces Aya ya había conseguido rebanarle
la garganta a dos, mientras Unai, más rápido que los demás,
tumbaba a otros tres en apenas dos segundos con su pistola. La sangre
salpicó el cuerpo entero de Aya, que casi frenética cogió uno de
los cuerpos que Unai había abatido y se lo colocó a modo de escudo,
evitando los disparos de sus compañeros. Uno de ellos le rozó la
pierna y cayó de rodillas, gritando de dolor. Tan pronto como pudo
volvió a ponerse en pie, y “tomando prestada” el arma del
cadáver comenzó a disparar a su alrededor. Caminó entre el fuego
para esconderse hasta llegar tras un muro semi-derruido, donde se
detuvo para cargar el arma y comprobar la situación. Unai se lanzó
a su lado, y pegó la espalda junto a ella.
– Son demasiados. - Dijo, jadeante.
– Lo sé, necesitamos... Algo... – Miró a los lados, desesperada. – Lo que sea...
Y entonces, ocurrió. Escuchó tres disparos, distinguiéndolos del resto, no supo por qué o cómo. Miró hacia la batalla de nuevo. Uno de los suyos, el más pequeño de apenas quince años, se encontraba en pie como una estatua en el ojo del huracán. Recibió los tres tiros en el pecho y cayó de espaldas, tan lento que a Aya le pareció una eternidad.
Perdió los cables, el sentido, la moralidad... Todo.
– ¡Aya...! – Escuchó a Unai en la lejanía.
– Son demasiados. - Dijo, jadeante.
– Lo sé, necesitamos... Algo... – Miró a los lados, desesperada. – Lo que sea...
Y entonces, ocurrió. Escuchó tres disparos, distinguiéndolos del resto, no supo por qué o cómo. Miró hacia la batalla de nuevo. Uno de los suyos, el más pequeño de apenas quince años, se encontraba en pie como una estatua en el ojo del huracán. Recibió los tres tiros en el pecho y cayó de espaldas, tan lento que a Aya le pareció una eternidad.
Perdió los cables, el sentido, la moralidad... Todo.
– ¡Aya...! – Escuchó a Unai en la lejanía.
Pero
era como un eco, solo eso...
Salió de su escondite, elevando su arma, y comenzó a disparar sin pensar ni un sólo momento en la locura que estaba haciendo, en su seguridad o en nada que no fuese la venganza o el odio. Lo peor, era la impotencia. Aya se dejó consumir por la ira.
Salió de su escondite, elevando su arma, y comenzó a disparar sin pensar ni un sólo momento en la locura que estaba haciendo, en su seguridad o en nada que no fuese la venganza o el odio. Lo peor, era la impotencia. Aya se dejó consumir por la ira.
Descargó
todo su cargador destrozando el cuerpo de seis de ellos, y cuando
terminó lanzó el arma a un lado para comenzar a usar la espada. Los
tiros volaban a su alrededor, pues sus compañeros se habían unido a
ella, tan rábicos como Aya se encontraba.
Recibió otro tiro, cercano a la mejilla que la hizo sangrar al instante e incluso le arrancó parte de su oreja derecha, pero ni siquiera se inmutó. Le clavó la espada al mismo que disparó al muchacho, justo en el estómago, mirándole a los ojos fíjamente. El último estertor de vida brillaba en su mirada, y Aya se negó a perderse aquello. No sonrió, no hizo nada, era como de piedra.
Los estaban diezmando, a todos. Eran inferiores en número pero “algo”, esa furia por defenderse entre ellos, consiguió hacer que ganasen en la batalla. Aya estaba a punto de rematar a uno que estaba en el suelo, cuando éste pidió clemencia alzando las manos. Se detuvo.
Escuchó entonces un gemido tras ella, y cuando se giró, pudo ver a uno de sus compañeros cayendo de rodillas al suelo con las manos en el vientre, sujetando lo que parecían ser sus entrañas. Unai le disparó a la cabeza para evitar su dolor por más tiempo sin pensarlo, y Aya cerró los ojos. Un par de segundos después, mirando al hombre que tenía clamando por su vida a sus pies, bajó la espada y le atravesó el ojo izquierdo. Al caer desplomado, de su mano cayó una pistola que escondía tras él. La misma que había tirado al suelo al pedir compasión. Todo el arrepentimiento que podría haber sentido, se desvaneció en el aire. “Mata o muere...”
Resonaron pasos tras ellos, y todos miraron a su alrededor. Pudieron ver que uno de sus enemigos, el único que debía quedar, corría desesperado hacia la puerta principal de la fortaleza. Ésta era increíblemente resistente, y la habían reforzado a lo largo de meses preparándose para lo peor, por lo que por dentro estaba repleta de explosivos, por si algún día cedía, tener una oportunidad de salvarse de lo que había al otro lado. Le miraron y bajaron las armas, no podía escapar de allí. Pero se equivocaron. El tipo también vio los explosivos, y sin pensárselo disparó a uno de ellos, que hizo volar todo el portón por los aires.
– ¡NO! – Gritó Aya, cuando los pedazos de piedra y madera volaban por todas partes.
Y los vieron, a todos ellos, a los cientos de criaturas que estaban al otro lado del portón y que siempre habían evitado. El enemigo que huyó de ellos les duró menos de un segundo entre mordiscos y tirones, y supieron que ya no tenían nada que hacer.
– ¡Corred! – Ordenó Unai aferrando a Aya con él.
Todos corrieron con aquellas criaturas pisándoles los talones, y cuando uno de los compañeros cayó al suelo nadie pudo girarse a ayudarle, pues desapareció entre gritos y jadeos tan rápido que ni siquiera distinguieron quién había sido. Un amigo, un amante, un hermano.
Recibió otro tiro, cercano a la mejilla que la hizo sangrar al instante e incluso le arrancó parte de su oreja derecha, pero ni siquiera se inmutó. Le clavó la espada al mismo que disparó al muchacho, justo en el estómago, mirándole a los ojos fíjamente. El último estertor de vida brillaba en su mirada, y Aya se negó a perderse aquello. No sonrió, no hizo nada, era como de piedra.
Los estaban diezmando, a todos. Eran inferiores en número pero “algo”, esa furia por defenderse entre ellos, consiguió hacer que ganasen en la batalla. Aya estaba a punto de rematar a uno que estaba en el suelo, cuando éste pidió clemencia alzando las manos. Se detuvo.
Escuchó entonces un gemido tras ella, y cuando se giró, pudo ver a uno de sus compañeros cayendo de rodillas al suelo con las manos en el vientre, sujetando lo que parecían ser sus entrañas. Unai le disparó a la cabeza para evitar su dolor por más tiempo sin pensarlo, y Aya cerró los ojos. Un par de segundos después, mirando al hombre que tenía clamando por su vida a sus pies, bajó la espada y le atravesó el ojo izquierdo. Al caer desplomado, de su mano cayó una pistola que escondía tras él. La misma que había tirado al suelo al pedir compasión. Todo el arrepentimiento que podría haber sentido, se desvaneció en el aire. “Mata o muere...”
Resonaron pasos tras ellos, y todos miraron a su alrededor. Pudieron ver que uno de sus enemigos, el único que debía quedar, corría desesperado hacia la puerta principal de la fortaleza. Ésta era increíblemente resistente, y la habían reforzado a lo largo de meses preparándose para lo peor, por lo que por dentro estaba repleta de explosivos, por si algún día cedía, tener una oportunidad de salvarse de lo que había al otro lado. Le miraron y bajaron las armas, no podía escapar de allí. Pero se equivocaron. El tipo también vio los explosivos, y sin pensárselo disparó a uno de ellos, que hizo volar todo el portón por los aires.
– ¡NO! – Gritó Aya, cuando los pedazos de piedra y madera volaban por todas partes.
Y los vieron, a todos ellos, a los cientos de criaturas que estaban al otro lado del portón y que siempre habían evitado. El enemigo que huyó de ellos les duró menos de un segundo entre mordiscos y tirones, y supieron que ya no tenían nada que hacer.
– ¡Corred! – Ordenó Unai aferrando a Aya con él.
Todos corrieron con aquellas criaturas pisándoles los talones, y cuando uno de los compañeros cayó al suelo nadie pudo girarse a ayudarle, pues desapareció entre gritos y jadeos tan rápido que ni siquiera distinguieron quién había sido. Un amigo, un amante, un hermano.
Los
seres se desperdigaron y comenzaron a destruirlo todo. Los pocos
civiles que quedaba fueron masacrados, en las calles o en sus casas.
Aya, Unai y los demás corrieron sin demora mientras los ojos de la
chica se llenaban de lágrimas por momentos.
Alcanzaron la puerta trasera, que daba puerto, y comenzaron a entrar todos por ella. Sólo quedaban seis...
– ¡Subid al bote! – Gritó Aya obligándoles a todos a pasar ante ella.
Se acercó, y desató los amarres. Acabó cortándolos para no perder más tiempo. Cuando todos subieron, intentó apartarlo de la orilla como pudo, pero era demasiado lento, demasiado... Miró hacia atrás, y los vio cerca, aplastándose unos a otros por llegar a tocarles los primeros. A comerlos vivos.
Se lanzó contra a puerta, intentando cerrarla, mientras Unai ya en el bote empujaba como podía la embarcación para separarla del puerto, alejándola de toda aquella masacre. Consiguió apartarla cada vez más, sin ser nunca suficiente por el peso, pero se detuvo al alzar la mirada hacia Aya. Ella ya no empujaba la puerta, sólo le miraba.
– ¿... Aya?
Alcanzaron la puerta trasera, que daba puerto, y comenzaron a entrar todos por ella. Sólo quedaban seis...
– ¡Subid al bote! – Gritó Aya obligándoles a todos a pasar ante ella.
Se acercó, y desató los amarres. Acabó cortándolos para no perder más tiempo. Cuando todos subieron, intentó apartarlo de la orilla como pudo, pero era demasiado lento, demasiado... Miró hacia atrás, y los vio cerca, aplastándose unos a otros por llegar a tocarles los primeros. A comerlos vivos.
Se lanzó contra a puerta, intentando cerrarla, mientras Unai ya en el bote empujaba como podía la embarcación para separarla del puerto, alejándola de toda aquella masacre. Consiguió apartarla cada vez más, sin ser nunca suficiente por el peso, pero se detuvo al alzar la mirada hacia Aya. Ella ya no empujaba la puerta, sólo le miraba.
– ¿... Aya?
Ante
toda respuesta, ella solo sonrió, dejando caer su espada a un lado.
Unai se asustó. Se aterró. Vio algo en sus ojos que le hizo sentir el peor de los agobios, y revivir sus peores pesadillas: Aceptación.
La barca ya estaba demasiado lejos como para saltar desde ella al puerto de nuevo, pero aun así Unai puso un pie sobre su borde, preparado para saltar, cuando uno de los compañeros le agarró para evitar que lo hiciese.
– ¡NO! – Gritó Unai con lágrimas de pura rabia en los ojos, sintiendo el corazón en la garganta.
Aya, se había dado cuenta de que la puerta solo podía cerrarse... Desde dentro. Abriéndola poco a poco y sin darle la espalda a Unai ni un momento, dejó escapar una lágrima por su mejilla, de pura felicidad. Tanta como la que sintió al verle de nuevo, después de todo. La misma que sentía ahora, al saber que él... Estaría bien.
– Te quiero. – Sentenció entrando de nuevo en la fortaleza.
– ¡NO! ¡JODER NO! ¡¡¡¡NO!!!! – Unai tiraba con fuerza, y consiguió soltarse del hombre que lo sujetaba para lanzarse al agua, desesperado.
Pero la puerta se cerró ante sus ojos, dejándole ver como última imagen la sonrisa de Aya, alzándose entre todos los gemidos de pavor al otro lado del muro.
Mientras aporreaba la puerta metálica con toda la fuerza que le permitía su cuerpo, dejándose el alma y las manos en ello, pudo escuchar su voz, más feliz de lo que la había podido escuchar o imaginar... Nunca.
– … Hasta el final.
Unai se asustó. Se aterró. Vio algo en sus ojos que le hizo sentir el peor de los agobios, y revivir sus peores pesadillas: Aceptación.
La barca ya estaba demasiado lejos como para saltar desde ella al puerto de nuevo, pero aun así Unai puso un pie sobre su borde, preparado para saltar, cuando uno de los compañeros le agarró para evitar que lo hiciese.
– ¡NO! – Gritó Unai con lágrimas de pura rabia en los ojos, sintiendo el corazón en la garganta.
Aya, se había dado cuenta de que la puerta solo podía cerrarse... Desde dentro. Abriéndola poco a poco y sin darle la espalda a Unai ni un momento, dejó escapar una lágrima por su mejilla, de pura felicidad. Tanta como la que sintió al verle de nuevo, después de todo. La misma que sentía ahora, al saber que él... Estaría bien.
– Te quiero. – Sentenció entrando de nuevo en la fortaleza.
– ¡NO! ¡JODER NO! ¡¡¡¡NO!!!! – Unai tiraba con fuerza, y consiguió soltarse del hombre que lo sujetaba para lanzarse al agua, desesperado.
Pero la puerta se cerró ante sus ojos, dejándole ver como última imagen la sonrisa de Aya, alzándose entre todos los gemidos de pavor al otro lado del muro.
Mientras aporreaba la puerta metálica con toda la fuerza que le permitía su cuerpo, dejándose el alma y las manos en ello, pudo escuchar su voz, más feliz de lo que la había podido escuchar o imaginar... Nunca.
– … Hasta el final.
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Éste relato fue escrito pensando en una persona. Sabes bien que eres tú, y has participado en él. Gracias.
A Ana, como siempre, por ser la que sigue al pie del cañón pase lo que pase. Amigas como tú quedan pocas.
A todos los que me acompañásteis en la presentación de Ilustrofobia y me disteis una noche de fiesta después. Compartir un momento tan importante para mí con gente tan increíble y que se molestó en venir conmigo, o siquiera en preguntarme cómo fue desde la lejanía, es simplemente increíble.
A mi familia, que saben poco de las locuras que aquí comparto, pero me conocen demasiado bien como para saber que si el día de mañana lo leen todo, no se sorprenderían en absoluto.
¡Gracias!