Eagle Eye 2 by cwaddell |
Despertó
entre barrotes, con un dolor de cabeza impactante... ¿Qué había
pasado? ¿Qué...? Y entonces recordó. Recordó el asedio, las
bombas, los disparos, aquellos seres. Recordó a Unai. Aya
se puso en pie como pudo y se acercó hasta los hierros que la
retenían para mirar a través de ellos. Una voz, la detuvo en
seco.
– ¿La princesa ya está despierta?-- Aya centró la mirada, y se encontró con la cara de un tipo que no le era siquiera conocida.
– ¿Dónde está...? – Fue a preguntar por él, por Unai, pero no lo vió inteligente. Le delataría. – ¿Dónde está mi gente?
– ¿Quieres decir “los que quedan”? - El tipo se echó a reír, sus numerosos piercings en la cara repiquetearon entre ellos al hacerlo. – Esperando tu bienvenida. Vamos, tienes una fiesta esperándote.
El tipo abrió la reja y con un gesto la instó a que avanzase. Aya no tenía otra que hacerlo. Apenas le había dado la espalda, avanzando por la sala, cuando otros dos tipos salieron de detrás de las paredes y le aferraron los brazos, haciendo que el trozo de piedra que había recogido del suelo para usar a modo de arma, sin que se diesen cuenta, cayese de sus manos.
– Guárdate las fuerzas para luego, preciosa... Te vendrán bien.
– ¿La princesa ya está despierta?-- Aya centró la mirada, y se encontró con la cara de un tipo que no le era siquiera conocida.
– ¿Dónde está...? – Fue a preguntar por él, por Unai, pero no lo vió inteligente. Le delataría. – ¿Dónde está mi gente?
– ¿Quieres decir “los que quedan”? - El tipo se echó a reír, sus numerosos piercings en la cara repiquetearon entre ellos al hacerlo. – Esperando tu bienvenida. Vamos, tienes una fiesta esperándote.
El tipo abrió la reja y con un gesto la instó a que avanzase. Aya no tenía otra que hacerlo. Apenas le había dado la espalda, avanzando por la sala, cuando otros dos tipos salieron de detrás de las paredes y le aferraron los brazos, haciendo que el trozo de piedra que había recogido del suelo para usar a modo de arma, sin que se diesen cuenta, cayese de sus manos.
– Guárdate las fuerzas para luego, preciosa... Te vendrán bien.
Antes
de darse cuenta, tenía las muñecas atadas y la arrastraban por los
brazos hasta la salida. No opuso más resistencia, era inútil.
Al fin llegaron a la que había sido la sala del trono en tiempos inmemoriales y que ella había convertido en la habitación de juntas y reuniones estratégicas. Ahora estaba medio derrumbada... Pero en la gran silla se encontraba sentado un hombre. Alto, con una larga barba repleta de trenzas y abalorios, los ojos pintados de negro, armado hasta los dientes y portando varios chalecos antibalas, uno encima de otro ¿Tanto necesitaba protegerse...? Y a su lado, de pie, se encontraba Unai. Aya le miró, solo un segundo, y desvió su vista a otra parte. Demasiado peligroso.
Al fin llegaron a la que había sido la sala del trono en tiempos inmemoriales y que ella había convertido en la habitación de juntas y reuniones estratégicas. Ahora estaba medio derrumbada... Pero en la gran silla se encontraba sentado un hombre. Alto, con una larga barba repleta de trenzas y abalorios, los ojos pintados de negro, armado hasta los dientes y portando varios chalecos antibalas, uno encima de otro ¿Tanto necesitaba protegerse...? Y a su lado, de pie, se encontraba Unai. Aya le miró, solo un segundo, y desvió su vista a otra parte. Demasiado peligroso.
Desearía
no haberlo hecho, pues al girar el rostro se encontró con tres de
sus compañeros atados a su lado, todos con marcas de haber recibido
varios golpes nada amistosos. Se mordió el labio inferior, y no pudo
reprimir el
tono de rabia en su voz.
– Qué queréis.
– Algo de hospitalidad... No creo que te hubiese costado nada dejarnos entrar por las buenas ¿Verdad?
– Qué queréis.
– Algo de hospitalidad... No creo que te hubiese costado nada dejarnos entrar por las buenas ¿Verdad?
Aya
alzó la mirada, henchida
de
odio, para
clavarla en sus oscuros y despiadados ojos. Y le reconoció.
–
Eres
el hermano de Fidas...
Debió
decirlo
con
tal
desdén y asco en la
voz, que uno de los hombres que la sujetaban comenzó a cerrar la
mano con fuerza sobre su brazo. Aya
cerró los dientes con fuerza, pero no se quejó.
–
¿Crees
que te iba a dejar entrar después de lo que nos hizo...? - La mano
se cerraba cada vez con más fuerza. – Puto psicópata.
Aquello fue un detonante. Sin que el jefe hiciese gesto alguno el guardia le soltó tal puñetazo en el estómago que la hizo caer al suelo de rodillas, apoyando su frente contra éste, pues no podía sujetarse con las manos atadas a la espalda. Aprovechó para girar el rostro a los suyos, que la miraban repletos de furia, deseando atacar. Con los labios pronunció un “¿Listos?” y los tres asintieron con la cabeza al mismo tiempo, en silencio. En la sala habría en total unos seis guardias, Unai y el hermano de Fidas... Tal vez tuviesen suerte.
La alzaron de nuevo para que mirase a aquel “jefe” a los ojos. Un sabor metálico acudió a su boca.
– Tuvisteis suerte con mi hermano... Pero ya se sabe, la venganza se sirve en un plato frío, pequeña zorra.
Aquello fue un detonante. Sin que el jefe hiciese gesto alguno el guardia le soltó tal puñetazo en el estómago que la hizo caer al suelo de rodillas, apoyando su frente contra éste, pues no podía sujetarse con las manos atadas a la espalda. Aprovechó para girar el rostro a los suyos, que la miraban repletos de furia, deseando atacar. Con los labios pronunció un “¿Listos?” y los tres asintieron con la cabeza al mismo tiempo, en silencio. En la sala habría en total unos seis guardias, Unai y el hermano de Fidas... Tal vez tuviesen suerte.
La alzaron de nuevo para que mirase a aquel “jefe” a los ojos. Un sabor metálico acudió a su boca.
– Tuvisteis suerte con mi hermano... Pero ya se sabe, la venganza se sirve en un plato frío, pequeña zorra.
Los
puños de Unai
se cerraron con fuerza. Aya
necesitaba una escusa para mirarle, cualquiera, pero él no se la
daba... Así que la buscaría por sí misma.
– ¿Y tenías que ser tan rastrero como para enviar a uno de los tuyos casi a su muerte por tu venganza personal? ¡Eres basura! – Ésta vez el golpe fue en la cara. Se repuso recogiendo la sangre del interior de su mejilla con la lengua y escupiéndola contra el suelo. – ¡¿Cómo puedes seguir a un animal así?! – Miró a Unai a los ojos. Ahora tenía la escusa. – ¡Lárgate mientras puedas!
Y ahí estaba, la advertencia. Le señaló con los ojos que se apartase de aquel tipo, además de gritárselo. Pudo ver el gesto de incomprensión en los ojos de Unai, pero al poco tiempo pareció haberlo entendido. Se apartó de él lentamente, caminando hacia atrás. Aya sonrió mientras otro de los guardias se preparaba para darle un rodillazo en el estómago. El hermano de Fidas hizo un gesto con la mano, y se detuvo justo a tiempo.
– ¿Sabes qué sois vosotros... ? – Aya susurró, dolorida pero llena de energía. – Serpientes...
Alzó la mirada, y entre sus cabellos repletos de polvo y escombros de las bombas, esbozó una sonrisa que habría sido digna del mejor de los asesinos en serie, psicópatas o actores que encarnaban a los malos en las películas que hacía tiempo no existían.
– ¿Y sabes qué somos nosotros...? – Elevó el rostro hasta clavarlo en el tapiz tras el trono. Las aves inmensas le devolvieron la mirada. – Águilas.
Uno de los hombres de Aya dio entonces una patada a una columna. Sonó un “Clonc”. El techo se abrió, y de él cayó sin medida alguna una gran cantidad de hierro fundido que se derramó por la sala. Tapó al jefe y a dos de sus guardias, y en el momento los tres compañeros de Aya se alzaron contra sus captores, intentando derribarlos gracias a la sorpresa. Lo consiguieron. Una sonrisa de triunfo se formó en el rostro de Aya justo cuando uno de aquellos tipos la agarró del cuello y la obligó levantarse, usándola a modo de rehén. No le apretó ni dos segundos, pues un tiro le atravesó la cabeza a una velocidad de espanto, exactamente igual que al otro guardia que quedaba con ella. Unai se encargó de volarles los sesos. Se acercó a Aya y la liberó de las ataduras, para después comenzar a disparar a los guardias que aún quedabn y luchaban por sus vidas. Aya mientras tanto, corría hacia el trono, esquivando aquella montaña de hierro que poco a poco se solidificaba, tomando la forma del trono y el hombre que había quedado sentado, para siempre, en él. Saltó un par de veces para evitar quemarse, hasta que al final dio con lo que buscaba, su espada. La sacó del hierro fundido, se quemó las manos dejando eternas marcas en sus palmas, pero le dio exactamente igual.
El olor a quemado se unía a los gritos en las calles, parecía que todos los enemigos que quedaban fuera se estaban preparando para luchar contra ellos cuando saliesen. Aya cortó las ataduras de sus compañeros, y les abrazó a todos y cada uno de ellos, preguntándoles si estaban bien. Ellos hicieron lo mismo y recogieron las armas de sus enemigos, preparándose para la batalla.Aya se giró a Unai. No sabía bien qué hacer... Le había dado la espalda a los suyos por ella. Había matado a los suyos por ella.
– No hace falta que vengas... – Ya había hecho demasiado.Unai se acercó a ella y la miró a los ojos. Extendió una de sus manos y le colocó el cabello que tanto se le había revuelto tras la oreja, sonriendo poco a poco. Aquella sonrisa hizo que Aya volviese a respirar tranquila.
– No pienso volver a separarme de ti.
Alguien le dio una de las pistolas de los cadáveres a Aya, y ella la cogió al vuelo, la cargó, y se preparó. Sin dejar de mirar a Unai a los ojos.
Posó su mano sobre su mejilla y sonrió, sabiendo que no le dejaría ir. No podía dejarle ir...
Sus hombres la esperaban en la puerta, y a ellos se habían unido otros seis que habían conseguido rescatar de las salas colindantes. Aya agarró a Unai de la mano y tiró de él hasta colocarse al frente del grupo. Allí, se giró para mirarles a todos, escuchando los gritos y disparos a sus espaldas. Eran muy pocos. Normalmente era bastante dada a los discursos, a animar a los grupos que luchaban bajo su mando, pero en aquella situación... Miró a todos sus compañeros, uno tras uno. Y sonrió dejando caer los hombros. No aceptaría la derrota tan fácilmente, pero abrazaría a la muerte contra su pecho si es lo que se les venía encima.
– ¿... Hasta el final? – Preguntó sin alzar la voz, asiendo la pistola con fuerza.
– Hasta el final. – Contestaron los demás, asintiendo con la cabeza.
Paseó la mirada una última vez por todos ellos. Habían compartido tanto... Y se detuvo en Unai. Se acercó de un par de pasos hasta él. Alzándose sobre las puntas de sus pies, le besó en los labios de una forma efímera, pasajera, pero suave y decidida. Y se giró, sacando la espada de su funda y caminando firme hasta atravesar de una patada el gran portón de madera, sabiendo que lo que le esperaría al otro lado, sería la batalla que decidiría su vida.
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