sábado, 5 de julio de 2014

La Guardia de fuego

V - VI. Las hermanas del fuego.

Moiraes by Ashitaro

Una luz blanquecina y pesada lo bañaba todo de un modo espectral y siniestro. Zelen abrió los ojos poco a poco, sumida en una especie de sopor que no era capaz de comprender, y observó a su alrededor. La luz lo bañaba todo, un claro inmenso en el que se encontraba sin nada más que ella. Hierba bajo sus pies y árboles en la lejanía hasta donde alcanzaba la vista. ¿Dónde estaba?
Recordaba haber llegado a un claro en el bosque, ver la luna y aquel reflejo en el agua tan misterioso. Pero no conseguía traer a la mente nada más. Nada, excepto aquel dolor en la parte anterior de su cabeza. Se llevó la mano hasta ella, y encontró algo reseco y frío, que raspó con las uñas de los dedos. Era sangre. Y al parecer de hacía bastante tiempo.

Se puso en pie de forma patosa y pausada, con más esfuerzo del que había imaginado. Y fue entonces cuando la música comenzó de nuevo, como meciéndolo todo, acunando sus sentidos y arrullando su propia alma. Cerró los ojos unos segundos, mientras una leve brisa la sorprendía moviendo sus oscuros cabellos a su son. Parecía una voz... Un voz femenina.

¿Madre...? – Susurró Zelen con miedo.

Pero la voz se multiplicó. No era una, sino varias. Zelen no pudo retenerse, y abrió los ojos con vehemencia deseando encontrarse con lo que quiera que hubiese allí.

En el claro, vasto como el universo, había aposentadas ahora tres mujeres, todas en círculo inclinadas alrededor de una roca de extraña forma alisada, que Zelen había visto antes. Aunque rodeada de engendros que ahora, habían desaparecido.
Las mujeres entonaban una melodiosa canción cuyo idioma Zelen no consiguió identificar, mientras movían las manos casi al unísono, revolviendo algo entre sus dedos. La muchacha se acercó, temerosa pero deseando al mismo tiempo acortar distancias, hasta que pudo ver lo que hacían. Estaban tejiendo, un hijo tan fino que bien podría parecer el aire. Un hilo dorado.

– Al fin has venido, joven. – Susurró una de las mujeres, con una voz tan antigua que parecía estar a punto de quebrarse.
– Sí, que bien puedo sentirla ahora.
– Acércate, muchacha, queremos escucharte mejor.

Zelen estaba paralizada. Y sin embargo, algo la obligó a caminar hacia su frente ni pasados un par de segundos.

Así mejor, querida.
– Acércate al agua, joven, no temas. Asómate.

Y de nuevo, no quiso moverse, pero sus piernas lo hicieron por ella. Ni siquiera era capaz de mover por propia voluntad sus ojos para mirar a aquellas mujeres al rostro. Eran como sombras en la periferia de su mirada. Cada una de aquellas extrañas se apartó del agua, a la que parecían mirar con fijeza, para dejar espacio a Zelen.
Asomada sobre la roca, pudo ver su reflejo sobre el agua, devolviéndole el gesto de incredulidad.

– Eres muy hermosa.
Más de lo que habíamos esperado.
Cuán mejor será así. – Rieron las tres mujeres.
Pero fijáos también en su temple. Aún bajo nuestro mando, pretende ejercer su voluntad.

¿De qué hablaban? Ella sólo intentaba moverse, apartarse del agua para poder verlas mejor. Y fue entonces cuando se dio cuenta de algo que antes había pasado por alto en el reflejo del agua. Sus ojos, ya no eran amarillos. Allí estaban, marrones y verdes, fijos en sí misma de tal forma que parecían desesperados y... Y libres.

Creo que quiere hablar, Nona.
Sea pues.

Una lágrima cayó del rostro de Zelen sobre el agua, y en lugar de unirse a ella simplemente desapareció antes de rozarla, sin crear ni una sola onda.

Habla, joven, ¿Qué te ocurre?
¿Qué...? ¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy?– Preguntó sin poder moverse aún hacia atrás.
Oh, pequeña, a eso no podemos contestarte. – Contestó una de las mujeres.
Y en realidad, esa no es la pregunta que aqueja ahora tu alma.
Dinos lo que de verdad quieres saber.

Zelen se estremeció, y quiso salir corriendo de allí. Pero no podía, sólo continuaba con los ojos anegados en lágrimas mirándose a sí misma en el reflejo impertérrito del agua.

Soy... ¿Soy libre? – Susurró fijándose en el verde de su iris.

El silencio recorrió a las tres mujeres, que se mantenían lejos de la visión de Zelen. El agua, comenzó a temblar, creando ondas doradas y oscuras al mismo tiempo sobre su superficie.

Debes verlo por tí misma, Zelen.

Sombras y movimientos se juntaron ante ella, hasta que en el agua, algo pareció tomar casi vida. Eran imágenes. Imágenes del mundo, a los ojos de una persona. ¿Qué estaba viendo, por qué le hacían ver aquello? Parecía un bosque, con árboles, hierba, rocas, tal vez algún animal escondido, y nada fuera de lugar. No comprendía nada.
Y entonces, otro humano apareció ante los ojos que ahora parecían suyos. Ropa oscura, mirada sencilla y con algo de temor, como todos los jóvenes de aquel mundo desde hacía años, y una espada a la cintura. Un Guardian del Fuego.
Quiso saludar a su hermano, y al ver cómo giraba el rostro hacia ella, le reconoció. Era aquel Guardia que había decidido no acompañarla en su camino hacia el Sur. Una sonrisa surcó su rostro, presa de repente de una emoción por sentirse al fin acompañada por un compañero, cuando el Guardia comenzó a temblar. Desenvainó la espada contra ella. ¿Pero qué hacía?

Qué es ésto, por qué me quiere atacar.
No es a ti, joven, sigue observando. – susurró una de las mujeres.

¡A-Atrás!” chilló el Guardia, temblando de pies a cabeza. Mientras tanto, los ojos bajo la mirada de Zelen que ahora casi se sentían como suyos, continuaban acercándose a él. “¡Atrás, monstruo!” ¿Monstruo?
Apenas le dio tiempo a aquel muchacho de elevar la espada para atacar, cuando tres Seres desde las entrañas de la oscuridad, saltaron sobre él a su espalda. Zelen vio, aterrorizada, como le sesgaban el cuello, le arrancaban parte de la mandíbula, y a jirones arrancaban sus ropas hasta hacer lo mismo con su piel y entrañas. Y lejos de permanecer como espectador, la criatura a través de los ojos que Zelen estaba mirando, participó en todas y cada una de aquellas acciones. De haber podido, habría vomitado sobre el agua.

No... Ese hombre... Ese chico... ¿Está muerto?
Me temo que sí, joven. El pasado no siempre es agradable de ver, pero lo sucedido está grabado.
Está grabado. – Repitieron las otras dos mujeres al unísono.
Estoy soñando. – Dijo Zelen, convencida.
Es más complicado que eso. – rió una de las mujeres. – Mucho más complicado.
¿Tienes ya la respuesta a tu pregunta? La has visto a través de los ojos de uno de nuestros hijos.

¿Hijos? ¿Había dicho hijos? La cabeza iba a estallarle de un momento a otro, y todo comenzó a darle vueltas como si se encontrase en la peor de las montañas rusas. No entendía nada, nada, nada...

No entiendo nada...
Décima, Morta, liberadla para poder explicárselo.

Un escalofrío recorrió a Zelen desde la punta de los pies hasta el final de su oscuro cabello, y repentinamente, cayó de rodillas sobre la fina hierba a sus pies. Tardó un tiempo, pero cuando lo consiguió, alzó la mirada para observar a sus captoras: Tres ancianas, de muy avanzada edad, sentadas unas sillas que parecían hechas de mimbre y ataviadas con las más extrañas de las telas oscuras que había visto jamás, bordadas en colores que ni siquiera reconocía. Sus manos, huesudas y tintineantes, sostenían entre los dedos aquel hilo tan fino que antes Zelen había podido atisbar, y entre ellas lo movían una y otra vez, creando formas en el aire y desaciéndolas tan rápido que no era capaz de ver de qué se trataba. Era dorado, tal brillante como el sol y las estrellas, y una fuerza sobrenatural incitaba a tocarlo. Tal se centró la mirada de Zelen en aquel hilo espectral, que no fue consciente hasta bien pasado el tiempo, de que ninguna de aquellas ancianas tenía ojos en su rostro. Y no tenía signos tampoco de haber poseído ningunos.

¿Quiénes sois? – Preguntó al fin.

Las tres rieron al unísono, con unos dientes finos y tan afilados que bien podían parecer pequeñas dagas obras de un artesano herrero. Brillantes como el acero.

Somos tus madres, Zelen. Nosotras te trajimos al mundo. – dijo Morta.
Nosotras te guiamos por sus sendas. – contestó Décima.
Y nosotras te alejaremos de él. – y terminó Nona.

Zelen mantuvo silencio, sin dejar de mirarlas ni un segundo. Lo hipnótico de sus dientes unido a que sus manos no dejaban de crear figuras con el hilo para después hacerlas desaparecer, era hipnótico como poco.

Antiguamente nos conocían como las Moiras. Pero hace tiempo que nadie nos llama así.
Tanto tiempo... – suspiró Décima.

El silencio volvió a sobreponerse mientras la mirada de la joven pasaba por el hilo hasta intentar alcanzar el final de su recorrido, ¿Dónde acababa?
Somos las Parcas.
– Somos el Destino.
– Somos la Muerte.

Fue demasiado para su mente. Aturdida, quiso huir, pero de nuevo sus pies no se lo permitieron.

¿Sabes ya la respuesta a tu pregunta, Zelen? – Preguntó Nona.

Como respuesta a toda pregunta, Décima elevó ligeramente la mano en la que sostenía su hilo, y dejó claramente ver a Zelen el final de éste. Desembocaba en el agua que había estado mirando hacía unos segundos con aquella fijeza. Las olas de su superficie de nuevo se removieron con el color cobrizo de la tela. El mismo color del sol, de las estrellas... De los ojos de todos aquellos Seres.
Como un rayo caído sobre ella, comprendió. Pero las Parcas se adelantaron para contestar.

No puedes ser libre Zelen, nunca lo serás. Nosotras controlamos tu vida. – dijo Décima.
Tan pronto como el alma humana pierde su esperanza, su voluntad se tuerce en nuestra. – contestó Nona.
Y el hilo de su destino nos pertenece para siempre. Hasta el día de su muerte. – culminó Morta.

Zelen estaba impactada a tantos niveles, que no era capaz de hablar. Sus ojos, los de los engendros, el color de aquel hilo, las criaturas que tenía ante ella, aquel mundo... Algo le obligó a elevar la mirada al cielo. Y allí lo vió: Su mundo. Era la tierra. La tierra estaba en el cielo, tal y como se vería desde la misma la... La Luna.

Vuestras voces...
– Comienza a comprender. – susurró Morta.
¿...Por qué? – fue lo único que logró articular.

El silencio se hizo de nuevo hasta que una de ellas se puso en pie, Nona, con la cabeza alta pero el cuerpo completamente encorvado como la anciana que aparentaba ser.

El Destino es caprichoso, jovencita. Y tan pronto su poder nos fue otorgado cumplimos la voluntad al pie de la letra. Sin embargo, ¿Por qué debía ser así? Somos nosotras quienes controlamos el futuro de los hombres, y por nuestra mano es tejida la realidad de vuestro mundo. ¿Por qué encomendarnos tan horrible tarea sin permitirnos ver vuestras delicias más que a través de un pozo de luz a miles de kilómetros de vuestra esencia?
Queremos lo que todo ser ansía: La libertad. Aquella con la que tú tanto sueñas, que ahora baila entre nuestras manos, es tan deseada por nosotras como lo es por todos tus hermanos.
Y para ello, os necesitamos. Te necesitamos.

Zelen clavó su mirada en Nona, en pie ante ella, en apariencia tan frágil como el cristal. Sentía que estaba a punto de desmayarse, pero al mismo tiempo una ira que parecía no pertenerle, bullía en su interior como mil llamas candentes.

Nos utilizáis. – rectificó Zelen.
Tu punto de vista es respetable.
Nos obligáis a matarnos entre nosotros, ¿Por qué? – cerró los puños con una fuerza inusitada, a pesar de apenas poder moverse – ¡¿Por qué?!
– El Destino es caprichoso... – Dijo Décima.
¡¿Por qué?!
Porque necesitamos lo que uno de vosotros tiene.

Ahí estaba al fin, la respuesta. Aquellas ancianas querían algo, y si resultaba verdad todo lo que decían, tal vez... No. Zelen negó con la cabeza. No podía creerse todo lo que estaba viendo, aún necesitaba pensar que todo era un sueño, un estúpido idilio, y sin embargo...

– Y tú debes ser quien se lo arrebate, Zelen. Sólo tú.
– ¿De qué estáis hablando?
– Uno de tus hermanos mortales tiene algo que nos pertenece por derecho. Y queremos que tú nos lo traigas.

Ante los ojos de Zelen, en mitad de la nada, se materializó entonces una llama. La llama poseía tal fuerza, aún si solo fuese una imagen falsa creada para ella, que sintió la necesidad de cerrar sus párpados y apartar el rostro a un lado. El calor, era insoportable.

– La llama de Prometeo. – dijeron las tres Parcas al unísono.
– ¿... Qué? Yo jamás he visto... – procedió a interponer la muchacha.
Aquellos humanos a los que llamas “El consejo” saben lo que es. Y lo esconden tras sus garras. – dijo Nona.
Sus garras de buitres. – susurró Morta.
Y todo Guardián del Fuego con suficiente voluntad como para someterse a ellos y sus órdenes, aprenden a protegerlo. Y conocen su existencia.
Eso no es posible... Víctor me habría contado... – dijo Zelen para sí misma las palabras que su mente no podía acallar.
¿Por qué crees, pequeña, que Álvaro y Lydia están muertos?

El silencio se hizo de nuevo con el lugar. El recuerdo de sus hermanos se hizo tan doloroso en el pecho de Zelen, que ahogó un gemido desesperado. Ellos habían salido de guardia, como siempre, y habían fallecido a manos de los engendros.
Estaban de Guardia... – susurró, casi arrepintiéndose al instante.
– Les fue rebelado el secreto, obedientes como eran.
– Obedientes como tú.
– Y decidieron rebelártelo.
Cometieron un grave error. – negó Morta con la anciana cabeza.
– Y por ello Víctor fue avisado. Supo rectificar. – continuó Décima.
– Y para ti el secreto permaneció oculto. Siempre. – culminó Nona, aún en pie.

Zelen cayó cuan larga era sobre el pasto bajo ella, sin ganas de moverse ni un milímetro. Todo aquello era una grandiosa locura, y sin embargo encajaban tantas piezas en su sitio, que dolía pensarlo. Pero podía ser real. Debía ser real.

Cientos de humanos hemos controlado para conseguir la llama que un día os fue entregada a traición.
Cientos han fracasado.
Pero tú, podrás acercarte a ellos. Podrás conseguirla. Eres quien más cerca puede estar de ella.
Y nuestra fuerza irá contigo, joven.
El poder de controlar el Destino, te será legado.

Aquella extraña sensación de encojimiento se hizo de nuevo con el cuerpo de la joven, que se incorporó sin desearlo. La espada que antes había portado como Guardián, ahora pendía ante sus ojos con vida propia.

– Con éste arma, serás capaz de cortar la vida de todo aquel al que toques.
– Serás como nosotras.
Una hermana más.
Llegarás con ella hasta la Llama. Y la traerás con nosotras una vez más.

Las tres hermanas, como movidas por un resorte, dieron los mismos pasos exactos entre ellas, incorporándose de sus asientos lentamente, hasta rodear a Zelen.

¿Por qué iba a ayudaros...? – preguntó ella.
Sabemos lo que más deseas.
Lo que más anhelas.
Y podemos dártelo.

Zelen elevó el rostro, y miró al lugar donde Morta debía haber tenido sus globos oculares. No sintió absolutamente nada al hacerlo.

– … Mis hermanos.

Las tres Parcas se miraron entre ellas, aún sin poder verse, y sonrieron mostrando de nuevo sus afilados dientes casi metálicos. Tal vez lo eran.

No se puede destejer lo que está tejido. – dijo Décima.
Pero se puede hilar de nuevo encima.
Tus hermanos volverán a la vida, Zelen. No con la misma forma, no en sus mismos cuerpos, pero será su alma la que regrese contigo. Y permanecerá intacta, como el día en que te abandonaron.
Te los arrebataron. – corrigió o bien añadió Morta a Nona.
Estaréis juntos de nuevo.
Siempre que nos traigas la llama.
Nuestra palabra está sellada.

Las Parcas extendieron sus huesudas manos ante Zelen, que de repente tuvo aquella sensación de libertad otra vez, y supo que podía moverse.

¿Me usaréis como habéis usado a los demás?
Tus movimientos serán libres, igual que tus opciones. Sólo así la Llama obedecerá, ante un alma que sea humana, pues Prometeo os entregó el fuego a vosotros, mortales, alejándolo de nosotras. De vuestra mano a la nuestra debe ser entregado de nuevo.
Es la única forma.
Nuestro hilo te liberará de sus ataduras.
A menos que fracases.
¿Qué ocurrirá si fracaso? – preguntó Zelen, mirándolas de una a otra.
– Nuestra palabra está sellada. Vuestros hermanos y tú, estaréis juntos de nuevo. En ésta vida, si tienes éxito. Si fracasas, en la siguiente.
Tu hilo se acabará.

Algo oprimió el pecho de Zelen de tal forma que la impidió respirar. Y sin embargo, cerró los ojos unos segundos, y observó las caras de Lydia, Álvaro y Víctor entre sus sueños una vez más. Les vió sonreír, buscando su mirada, sus abrazos, su calor...

Moriré si fracaso. Pero si lo consigo, me los devolveréis.

Las Parcas asintieron al mismo tiempo, como un reloj.

Y liberaréis a los humanos.
Serán libres. No supondrán más un reto para nosotras. Ellos no.

Las tres ancianas sonrieron de nuevo al unísono, y sus pechos parecieron retumbar con una profunda carcajada que no llegó a ver la luz.

Unos minutos se sucedieron, mientras Zelen alzaba la mirada a la Tierra, que ahora parecía tan increíblemente distante. La Tierra, cuyas praderas las Parcas podían ver a través de aquel charco de agua tan misterioso, observando por cada uno de los ojos de los hombres a los que controlaban.

Cuando bajó de nuevo su rostro, pudo ver de nuevo las manos de las Parcas tendidas ante ella, como una sola, superpuestas. Zelen simplemente extendió su brazo, y de un firme pero sencillo movimiento, apretó cada uno de los dedos de aquellas mujeres, con fuerza.

Está sellado. – Dijeron las tres.

La espada de Zelen, se alzó sobre sus cabezas. Las tres Parcas comenzaron a hablar entonces, susurrando palabras que la muchacha no era capaz de comprender, y extendiendo sus manos hacia el cielo envolvieron el filo con aquel hilo dorado que tanto parecían trabajar, hasta no dejar ni un solo resquicio sin cubrir. Tan pronto lo culminaron, el arma perdió su brillo resplandeciente, y se tornó de nuevo oscura y opaca. Normal y corriente.

No roces con su filo a nadie que desees ver con vida, pues perderá su Destino nada más rozarla.
Ahora eres una más. – dijo Morta casi en su oído.

El arma descendió hasta las manos de Zelen, que la sostuvo como si fuese del material más peligros y a la vez frágil del universo.

No te preocupes, hija, a ti no te dañará. Tu Destino ya está con nosotras.
Ve a por la Llama.
¿Qué haré cuando la tenga? – preguntó Zelen, aceptando por primera vez, el destino que aquello le deparaba. Creyéndolo.
Nuestras voces te guiarán.
Tus madres te cantarán hasta que nos encuentres de nuevo.

Asintiendo con la cabeza, como si comprendiese a la perfección, Zelen entrecerró los dedos alrededor de la empuñadura de la espada, y la miró con fijeza. En su filo, aún estaban sesgados los nombres de sus tres hermanos. Sus hermanos... Ahora Víctor había cambiado para ella. Era su objetivo. Y si de verdad todo aquello era real, si era cierto que aquellas eran Parcas, y que todo su entretejido de la realidad era lo ocurrido, sus hermanos, Lydia y Álvaro, podrían... Volverían a estar todos juntos.

Tráenos la llama, hija. – dijo Morta.
Tráenos la llama, Zelen. – respondió Décima.
Tráenos la llama, hermana. – culminó Nona.

Y la luz blanquecina plomiza comenzó a echarse sobre Zelen, como la mejor de las nanas, el mayor de los arrullos... Meciéndolo todo, acunando sus sentidos y arrullando su propia alma.

Si es que aún la poseía.

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