Tu sonrisa de tiburón te delata, cabrón.
En el silencio te espero con los brazos cruzados, sabiendo que en menos de cinco segundos escucharé tus pasos en mi dirección, mascullando sucias palabras sin razón alguna. Y aquí llegan.
“Uno, dos, tres” cuento los segundos para intentar no saltarte al cuello, cual leona, con el más agudo de mis insultos, o la más tosca de mis tergiversaciones.
“Uno, dos, tres” cuento los segundos para intentar no saltarte al cuello, cual leona, con el más agudo de mis insultos, o la más tosca de mis tergiversaciones.
De nuevo te marchas, y serena espero que vuelvas a la carga. Y aquí llegas.
“Uno, dos, tres” debo calmarme, pero mi ira brota en hordas de pensamiento, empujadas contra la varianza del viento poniente del sucio ventilador en la cornisa. Sin contenerme, te chillo.
¿Pides respeto cuando ni sabes lo que significa? Clamas tener más experiencia de la que yo podría llegar a comprender, pero he aquí una verdad como un tempo: No es más sabio quien más vive, sino quién mejor sabe hacerlo.
Los gritos taladran mis oídos, pero ante todo, presteza. Te conozco, y sé que el momento de atacar, es aquel en el que más te lo esperas. Es tu trampa, lo sé, pero soy una rata ágil dentro de tu jaula, y no me dejo atrapar con facilidad. Caigo ante ti, parezco arrodillarme, y con una frase en vilo y bien pertrechada te ataco, destrozando tus defensas de gallardo Pretor.
Pierdes toda mención de palabra, titubeas ante mis ojos, derrotado.
Y con lo único que me respondes es con tu sonrisa de tiburón, arrogante y mezquina, cabrón.
Me das la espalda como a un perro abandonado, te ríes en mi cara, y susurras un par de insultos (que nunca están de más) para después gritarme tu golpe “Final”, que varía entre un “No pienso escucharte” y otro común “Se acabó la discusión” sumado al inconfundible sonido de la puerta de tu cuarto golpeándose al cerrarse, y resquebrajando cada vez más la pintura del pasillo.
Permanezco en mi cuarto, temblorosa de la ira.
Permaneces en tu cuarto, hinchado de rabia. Y de tristeza.
Chocamos ambas espaldas contra una pared cercana y respiramos hondo al unísono cerrando los ojos, anunciando un claro “Insoportable” a la nada, que sabemos no somos capaces de creer ni nosotros mismos.
Somos iguales, y todo lo que yo he visto a tus ojos es la inversa del reflejo en el espejo, pues tú eres la rata sabia y anciana que intenta escapar de las garras del tigre trepador de ansias de gloria.
“Uno, dos, tres” debo calmarme, pero mi ira brota en hordas de pensamiento, empujadas contra la varianza del viento poniente del sucio ventilador en la cornisa. Sin contenerme, te chillo.
¿Pides respeto cuando ni sabes lo que significa? Clamas tener más experiencia de la que yo podría llegar a comprender, pero he aquí una verdad como un tempo: No es más sabio quien más vive, sino quién mejor sabe hacerlo.
Los gritos taladran mis oídos, pero ante todo, presteza. Te conozco, y sé que el momento de atacar, es aquel en el que más te lo esperas. Es tu trampa, lo sé, pero soy una rata ágil dentro de tu jaula, y no me dejo atrapar con facilidad. Caigo ante ti, parezco arrodillarme, y con una frase en vilo y bien pertrechada te ataco, destrozando tus defensas de gallardo Pretor.
Pierdes toda mención de palabra, titubeas ante mis ojos, derrotado.
Y con lo único que me respondes es con tu sonrisa de tiburón, arrogante y mezquina, cabrón.
Me das la espalda como a un perro abandonado, te ríes en mi cara, y susurras un par de insultos (que nunca están de más) para después gritarme tu golpe “Final”, que varía entre un “No pienso escucharte” y otro común “Se acabó la discusión” sumado al inconfundible sonido de la puerta de tu cuarto golpeándose al cerrarse, y resquebrajando cada vez más la pintura del pasillo.
Permanezco en mi cuarto, temblorosa de la ira.
Permaneces en tu cuarto, hinchado de rabia. Y de tristeza.
Chocamos ambas espaldas contra una pared cercana y respiramos hondo al unísono cerrando los ojos, anunciando un claro “Insoportable” a la nada, que sabemos no somos capaces de creer ni nosotros mismos.
Somos iguales, y todo lo que yo he visto a tus ojos es la inversa del reflejo en el espejo, pues tú eres la rata sabia y anciana que intenta escapar de las garras del tigre trepador de ansias de gloria.
Somos iguales, papá. Y si tú eres un cabrón, yo lo soy aun más.
Porque dos rocas iguales siempre crean rápidos pero aun así pueden compartir un mismo río, éste relato es para ti, papá.
Realmente inspirador.
ResponderEliminarCuando uno es capaz de plasmar en un escrito aquellas experiencias que todos han vivido a lo largo de su vida, tanto como padre o como hijo(tal vez ambos) pero que a la vez nadie sabe ( o no se atreve) explicar, es cuando te das cuenta que estás haciendo las cosas bien. Es cuando puedes comenzar a llamarte una buena escritora.
ResponderEliminarCuando describes los sentimientos más indescriptibles y logras encarnar en palabras experiencias que uno al leerlas las tomará como propias y las sentirá en su pecho, cuando logras hablar de la vida, es que puedes comenzar a sentirte orgullosa de lo que escribes.
Y tú toda la vida lo has hecho, y tú desde siempre has sido una maravillosa escritora, felicitaciones. ¿Qué más puedo decir?