"Húmedo y oscuro en la cueva refugiado
aquel hombre exhausto, de la tormenta.
Gran sorpresa al encontrar una bestia con él,
la más temible, mortal y fiera.
El ser cuyo aire es fuego, y ácido sus entrañas
pacía relajado y sumiso encogido entre sus alas.
Véase el último Dragón por el hombre, acogido
cuando, bajo los truenos, entre sus brazos lo había protegido."
No recordaba cómo eran las cosas fuera del recinto de la fortaleza. Había vivido en aquella ciudad rodeada de murallas toda su vida, y apenas podía ver el sol a través de los altos muros, o sentir la brisa si no subía a sentarse en el tejado de su casa. Contaban con que no fuese una chica destacable en el lugar, pero se conformaban con que no diese problemas, pues era callada y siempre cumplía con su labor, que era la de limpiar todo lo que se le ordenase dentro del castillo, como tantas otras chicas jóvenes. Al parecer, al señor le parecía que los dedos finos eran buenos para tratas las cosas delicadas, y por eso no contaba con varones o mujeres mayores de cierta edad para el cuidado de su edificio principal.
Su pelo castaño y revuelto saltaba tras ella mientras corría dentro de su casa, alentada por os consejos de su abuela.
- ¡Llegas tarde de nuevo Ahynara!
- Lo sé abuela, perdona – Dijo la joven mientras saltaba para pasarse el vestido por la cabeza.- Ha sido por culpa de ese grillo otra vez...
- ¡No le eches la culpa a los insectos de tus despistes! - replicó la mujer con gesto serio, mientras ataba los lazos de la espalda de la muchacha – Ahora ve, compórtate y haz tus labores. No te quedan muchos años dentro del castillo, tus manos empiezan a ser de adulta, y debes aprovechar al máximo éstos momentos. Echarás de menos limpiar las...
- “Limpiar las porquerías de los señoritos” Sí abuela, lo se – Contestó la joven – No te preocupes, me comportaré.
La muchacha besó en la frente a su abuela, arrugada por la edad y los percances de su vida, y salió corriendo de la casa hasta el castillo. Su pelo castaño, enmarañado, saltaba tras ella a cada brinco y cada movimiento, mientras la gente se apartaba al verla tan atareada. El señor nunca permitía las tardanzas. Pero grata fue su sorpresa, al ver que la guardia estaba esa mañana reducida. ¡El señor había salido! Suerte para ella.
Entró dentro del edificio, tan imponente, tan grande y acongojante... Había sido construido con mucho cariño, pero regido con mucho miedo, y aquello era un virus que se había extendido a lo largo de toda la pequeña ciudad. Ya nadie salía a pasear por fuera de sus muros, pues el señor no lo permitía. Ya nadie hablaba siquiera de ello, desde hacía mucho tiempo...
Ahynara bajó a la sala de la cocina, donde se guardaban los aparatos para la limpieza, y recogió sus enseres. Así, comenzó a limpiar el castillo, sala por sala, silla por silla, cama por cama, como hasta entonces llevaba años haciendo. En cada ventana, en cada rincón, fijaba su mirada y soñaba con que había sitios mejores, más bellos y cálidos.
Se dio prisa por terminar, pues quería llegar a ella, a su sala favorita: La sala del trono.
Al entrar, un ventanal gigantesco de vivos colores la esperaba a contraluz. En él había grabadas las figuras de tres inmensos seres alados que, sentados sobre los muros de la ciudad, la protegían con garras, dientes y fuego: Los dragones.
No pasó mucho tiempo mirándolo, pues ya la conocía de sobra, antes de pasar su vista a otro lugar en la sala que atraía muchísimo más su atención. Una mesita decorada con dorados detalles y lágrimas de diamante, cuyas patas estaban diseñadas a modo de garras de dragón cerradas, y coronada con una preciosa cúpula de cristal que reflejaba las luces de colores del ventanal tras ella. En su interior, el único huevo de dragón que Ahynara había visto en toda su vida. Era verde esmeralda, como sus ojos y los de su abuela, como la hierba que a duras penas se veía en la ciudadela, y seguro al tacto sería duro como una piedra. Decían que los cascarones podían valer muchísimo oro, mucho más que incluso las escamas de los dragones, pues eran el material más duro que existía en el mundo.
Con cuidado, ella se acercó a mirarlo con detenimiento, y puso una mano sobre el cristal. Quién pudiese tocarlo, pensó, y descubrir todas las maravillas que las voces hablan sobre él. ¿Sería un huevo de dragón de verdad, y no una falsa reliquia? Hacía eones que no había dragones en la Fortaleza, no de los buenos, al menos. Los pocos que existían aún, asolaban las tierras en busca de destrucción y diversión. Por eso vivían allí, confinados, protegidos bajo una cúpula prácticamente invisible gracias a la cual los dragones no eran capaces de encontrarles.
Ahynara suspiró desolada, y se encaminó hacia el ventanal para limpiarlo con cuidado, admirando cada detalle de esos seres tan increíblemente honorables, y sus posturas protegiendo la ciudad. Eran tan inmensos...
Dispuesta a salir de la sala, vio algo entonces que le obligó a retroceder. Una mancha en el cristal de la mesilla donde se encontraba el huevo. ¿La había hecho ella al poner su mano? Se encaminó allí, dispuesta a limpiarla. Se inclinó, posó la mano con aquel trozo de tela viejo sobre él y comenzó a frotar sin forzar demasiado el cristal. Y entonces, se cayó de frente.
Un gran estruendo produjo con su caída y la de la mesilla de oro y diamantes sobre el suelo de la inmensa sala, que de seguro habría alertado a alguien. A duras penas, Ahynara se apoyó sobre sus manos y miró hacia la mesita ¿Qué había pasado? Atónita, pudo ver entonces como el cristal de ésta había desaparecido, y como el huevo rodaba por la sala en dirección al balcón. Impulsada por el rayo, la muchacha salió corriendo pisándose el vestido un par de veces para lanzarse sobre el huevo, impidiendo por pocos metros que cayese al vacío y se partiese en mil pedazos. Aunque si era tan duro como decían... ¡No había tiempo que perder pensando en tonterías!
Corrió hacia la mesita, y la colocó de nuevo en su lugar, para así poner el huevo sobre su pequeño pedestal con sumo cuidado. Su tacto era cálido y sorprendentemente suave... Buscó el cristal que lo protegía, pero no lo encontró. ¿Cómo era eso posible? ¿Dónde había caído? Comenzaba a desesperarse, dando tumbos por la sala en busca de algo que le parecía imposible desapareciese. Pero al fin y al cabo, al caer la mesita no había escuchado ruidos de cristales rotos.
Tras buscar unos segundos más, supo que estaba perdida. El señor jamás perdonaría aquello, y la relegaría a tareas más pesadas como el arado de los campos, o incluso la minería. No quería ir a las minas, odiaba estar encerrada, y entre unas paredes tan estrechas hasta se desmayaría, no podía permitir aquello...
Pero todo tornó de gris oscuro a negro azabache, al ver Ahynara algo que no había visto hasta ahora. Una grieta en el huevo.
Corrió hacia éste para tocarlo y verificar lo que creía haber visto, y no hubo duda alguna, el huevo se había roto. Se llevó las manos a la cabeza y cayó de rodillas sobre el frío suelo de mármol. Estaba perdida, destrozada, ésto no la llevaría a trabajos forzados sino a un castigo mayor, mucho mayor, tal vez incluso a la horca, o quizá algo peor. Una lágrima silenciosa de pavor e impotencia cayó por su rostro, cuando unos pasos comenzaron a resonar por el pasillo principal en dirección a la sala del trono, y no fue ella la que actuó, sino sus instintos sin considerar las consecuencias. Cogió el huevo, lo metió bajo la tela vieja que usaba para limpiar con cuidado de no tocar el lado rajado, y corrió por las escaleras laterales de la sala hasta llegar de nuevo a las cocinas. Cada paso se le hacía eterno, cada respiración dolorosa, y su carrera fue tan rápida que sus músculos ardían desesperados sin que ella les hiciese el más mínimo caso. Corrió y corrió directa a su casa, el único lugar donde, a pesar de todo, podía sentirse segura.
Una vez dentro, cerró la puerta fuertemente con su cuerpo.
- ¿Tan pronto has terminado hija? - recitó la abuela tranquila, sabiendo que nadie entraba en su casa a no ser su nieta. No porque no quisiesen, sino porque no podían.- Creí que al ser víspera de la fiesta mayor tendrías algo más de trabajo.
- Abuela...– Ahynara, caminó hacia ella con los ojos anegados en lágrimas y la respiración completamente agitada.
- Niña ¿Qué tienes? ¿Qué ha ocurrido? - preguntó asustada, sujetando las mejillas de su nieta.
- He hecho algo... Algo horrible...
- Cuéntame Ahy, qué ocurre. - Abrazó a la joven intentando calmarla, sosegando su voz.
La muchacha le contó lo ocurrido, entre llantos y temblores, mientras en la calle comenzaban a alzarse voces que ambas desconocían pero sentían como peligrosas. El gentío se revolvía, y ahora la abuela podía saber el por qué.
Con sus ojos pudo ver al fin el huevo, su belleza infinita, y su fisura perfecta, que ahora Ahynara juraría había crecido aun más de tamaño.
Ante toda la historia, su abuela no pudo más que mirarla, acariciarle de nuevo las mejillas, para luego ponerse seria repentinamente y comenzar a moverse rápido por la casa.
- No puedes quedarte aquí – Sentenció mientras recogía una sábana a modo de hatillo y comenzaba a llenarla de mudas limpias y comida, aun si poca, suficiente para llevar poco peso.- Te matarán en cuanto sepan que fuiste tu la que robaste el huevo.
- Lo siento, no sabía qué hacer, no...
- Tranquila cariño – le cortó la anciana mientras le ponía uno de los abrigos que usaban para el invierno sobre los hombros – No tenías elección.
Una vez estuvo todo listo, esperaron hasta el anochecer, sin hacer apenas ruido. Aby, la abuela, se limitó a abrazar a su nieta mientras ésta permanecía en un estado de Shock constante en el que no podía soltar al huevo destrozado que había entre sus manos.
Al caer el sol al otro lado de los muros Aby se puso una capa negra sobre los hombros y se tapó el rostro con ella, para salir por la puerta de la casa tirando de la muñeca de su nieta, que iba ataviada del mismo modo pero más cargada. El huevo aún permanecía bajo la vieja tela arrugada, protegido entre sus brazos.
Ahynara simplemente se dejó llevar como si se encontrase dentro de un sueño, mientras a su alrededor los ciudadanos se arremolinaban pegando gritos y sosteniendo antorchas, buscando algo que parecían tener todos muchas ganas de encontrar. ¿Habrían ofrecido algo por ella? ¿Tesoros, tal vez...?
Sin darse apenas cuenta, habían llegado a las inmediaciones de la mina más apartada de los muros, abandonada hacía ya muchos años por la escasez de minerales que allí se encontraban y el peligro de derrumbamiento al haber encontrado un manantial subterráneo.
- Espérame aquí – susurró Aby mientras se alejaba de la muchacha y se aproximaba a una casa cercana, tocando la puerta de ésta.
Alguien salió del edificio, un joven de oscuros cabellos que Ahynara conocía bien, pues era el padre de Mina, una niña pequeña con la que solía jugar cuando no tenía trabajo en los alrededores de palacio. Su gesto delató el terror momentáneo que pareció sentir, justo antes de desaparecer dentro de su casa para de nuevo retornar con un abrigo de tela gruesa y una antorcha sin encender.
Ambos entonces se encaminaron de nuevo a la muchacha, que de lejos, les había estado observando.
- Pequeña, Marcos te llevará a la salida – susurró Aby mientras ajustaba la capucha de la muchacha. - Hazle caso en todo momento, sin rechistar.
- Pero abuela... - Intentó replicar la muchacha, pero su abuela la acalló con un fuerte abrazo.
- Estaré bien siempre que tu lo estés. - musitó con pesar en sus palabras y la voz temblorosa.
- Hay que marcharse, la guardia ya ha salido. - El joven castaño encendió la antorcha conforme ellas se despedían oteando entre los edificios y dijo para sí mismo- Gharold ya debe haber vuelto.
Marcos señaló hacia las minas con un brazo y se apartó un lado para dejar paso a Ahynara, mientras, mientras con el otro sostenía la antorcha en alto.
Aby empujó a su nieta dentro de la montaña, y no permitió que ésta se demorase ni un segundo más, apremiándola con la mirada.
- Corre – dijo únicamente, mientras caminaba de espaldas hacia la ciudadela.
Ahynara no tuvo palabras más allá de las lágrimas que de nuevo se agolpaban en su garganta, y solo pudo reaccionar finalmente cuando Marcos la empujó con algo de fuerza para que avanzase por el estrecho pasillo oscuro y húmedo, mientras miraba atrás una y otra vez, preocupado.
- ¡Vamos! - Apremió a la muchacha, firme.
Aquel sería el último día que Ahynara pudiese pasar en la compañía de los amigos y vecinos dela ciudadela. El último momento en que podría poner sus pies sobre algo a lo que pudiese llamar “Hogar”.
Ese sería el momento en el que, quisiese o no, su vida pasaría a ser regida por un destino que se había labrado ella misma, pero que jamás había querido.
Y fue justo antes de conseguir ver la luz de la luna imperecedera al otro lado del muro, cuando se dio cuenta, de que hasta entonces nunca había comenzado a vivir realmente su vida.
Holaaa :)
ResponderEliminarLlegué a tu blog gracias al de Yurika.
Me gustaría saber si te interesa que nos siguiéramos mutuamente.
Cuidate mucho, saludos ^__^
Sería todo un honor, en cuanto tenga un segundo libre echo un vistazo a tu blog. ¡Gracias!
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