martes, 31 de mayo de 2011

¿Buscas un nombre?

Llega el momento de ponerse a escribir, de nuevo. Las luces apagadas, la lamparita pequeña encendida, un vaso de Coca-Cola a mi derecha, y la ventana de par en par, sólo para poder sentir el escaso viento pasar como si la mía fuese su casa. Música en un tono medio bajo, de todo tipo existente.
Cojo las ideas que tenía guardadas desde hace tanto tiempo, años que aun si pocos, a mi me parecen décadas, y las junto todas para comenzar a formar algo que funcione, abriendo el pequeño cuadernito algo empolvado del tiempo que lleva inutilizado que hay escondido en mi estantería. Algo que me lleve “Más allá”.
Éstas ideas, conforman lo que en un futuro será el Libro de mi Vida.
Pero... ¿Cómo comenzar?

Los protagonistas hablan, pero no tienen voz. Se mueven, pero no existe suelo que pisar.
La vida del escritor no es sencilla, pues precariedades no pocas deben pasar, y a pesar de todo siguen a delante.
Pocas personas son capaces de ver la dificultad que ser escritor compone. Un relato, otro relato, un poema y otro poema, un libro y otro libro... Meses y meses de arduo trabajo, días enteros sentado ante un ordenador o una hoja de papel, y noches en vela para no perder la inspiración. Si la idea es buena, si se nos “agarra” por dentro, seguiremos escribiendo páginas y páginas, días y días, noches y noches. Pero... ¿Y si es mala? No es difícil estancarse en un mismo párrafo una y otra vez, y muchas veces, no se consigue salir del fango que uno mismo se crea. Pero... ¿Y si es buena? ¿Y si se sigue? ¿Luego... qué? Luego: Nada. Una vez la historia termina, después de tanto trabajar, no queda nada. Todo acaba. Y hay que volver a empezar de cero, con la idea en la cabeza de que no podrás hacer algo así de bueno. De que nunca podrás alcanzar esa idea otra vez. Y, sobretodo, el pensamiento de ser consciente de que nunca crearás una historia que sea realmente distinta a la anterior. Pues, cuando una canción se nos mete en la cabeza ¿No es casi imposible inventar una de la nada sin usar los mismos acordes, o el mismo ritmo? ¿Acaso no nos pasamos días cantando y cantando sin parar los mismos párrafos?

Me dispongo, pues, a crear un Libro desde cero. Es por ésto, mis queridos lectores, que aun si seáis prácticamente escasos, no por ello sois menos, y debo avisaros. Cada uno sois un tesoro, que comparte mis pensamientos sin pedir nada a cambio. Yo, por el contrario, nada más escribir ya estoy pidiendo ser leída, ser escuchada.
El aviso no consta de otra cosa que una ausencia. ¿Cuánto tiempo? El que necesite. Para terminarlo, o al menos, continuarlo hasta sentirme capaz de volver a escribir aquí.
¿Por qué lo hago? Porque tengo una idea. Una que llevo desarrollando desde hace unos cuantos años, y quiero sacar adelante.
¿Por qué no antes? Porque no me atrevía a manchar las ideas que como oro he estado guardando, y estropearlas en un burdo intento por conseguir dar un paso más.

Y ahora, amigos, una petición egoísta de nuevo debo haceros, pero es lo que realmente me gustaría cumplir.

Tengo un problema.

No encuentro un nombre.

Os vaticino desde ahora, que seréis los primeros en saber el argumento del libro, y que en cuanto pueda os hablaré un poco de éste. Pero, para comenzar, os diré un secreto:

Tiene dos mentes principales. Dos protagonistas.

No, no son co-protagonistas, son totalmente protagonistas, ambos.
El nombre de uno de ellos, el varón, no puedo mencionarlo. Y el de ella, la chica, en la que gran parte de la historia gira alrededor, no soy capaz de verlo.
Es por eso, amigos, que os pido ayuda. Ayudadme a encontrar un nombre para Ella.

¡Ayudadme!

Comentadme, habladme, dadme ideas, influenciadme, recordadme... Necesito tener ese nombre, y quién mejor que vosotros, que habéis compartido tanto (aun si parezca tan poco) conmigo, para escogerlo.

Así, dejo en vuestras manos una de las decisiones más fuertes que podría tomar ahora mismo en mi vida. Aunque sepa que ésto, sonará completamente a locura.

Nunca me consideré una persona cuerda.

domingo, 22 de mayo de 2011

Caminante de la Fría Noche


Desolado viva el sendero
si las piedras lo acordonan
nubes claman sangre terca
que por tus pies, asoma.

Espalda sucia y dolorida
frente regia y sudorosa
buscan agua tus entrañas
reclamas cobijo, a la sombra.

Viajero en la noche, te aproximas
cercando pronto a tu presa
y brillan tus ojos certeros
reza tu mente: ¡Rápido, pesa!

Brazos de hormigón
aun si el suelo, sea de piedra
piernas de granito
demanda el estómago, cual hiedra.

Y al tomar suelo yermo
con tu Ser destrozado
cabeza en la Noche Fría
cede éste Mundo abandonado.

¡Busca pronto, viajero!
Un refugio por tu alma
cuanto antes halles respuesta
previa ganarás batalla.

¡Ten fe, caminante!
Allá en la fría noche quede
un solo lugar vacío
donde dulces pasos, te lleven.

Sea así tu día a día
vivas con puro derroche
alcanzará, no podrá-te, el sueño
Caminante de la Fría Noche.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Siete Sentidos en un Espíritu.


Un verde pasto, un yermo paraje, las nubes blancas y robles creando un círculo semiperfecto alrededor de una mata de oscuros arbustos. El día comienza, apenas ha amanecido hace media hora. Los pájaros cantan, el río fluye sin descanso, y los insectos comienzan a reclamar pronto sus enseres. Las hojas del seto entonces, comienzan a temblar, vergonzosas. A los pocos minutos, algo emerge de ellas, de color grisáceo plomo unido a un brillantísimo azabache. Mienten los ojos si alegan que el blanco no pertenece a ese cuadro, pues en la parte baja del aparecido, hace acto de presencia.
Un lobo. Un lobezno, pequeño, apenas llegará a los ocho kilogramos, y ya comienza a caminar sobre sus cuatro patas, hinchando el pecho al cantar de la mañana.
Su hocico se alza, oteando la espesura, y sus ojos se clavan en el infinito cielo, casi retando los dioses. Tras él, de nuevo las hojas se mecen, y unos ojos más sabios, viejos y aparentemente cansados, le vigilan. La madre del pequeño, que con cariño y cuidado, se acerca hacia su cría y le lame el lomo de abajo arriba, no para asearle, sino para incitarle a continuar el rumbo en su nuevo día. Aun si con el alma, le avise un claro “No te alejes demasiado”, que el pequeño es capaz de comprender.
Es así, en aquel momento, como si el pequeño animal hubiese recibido el mensaje antes de ser enunciado, encaminándose a la inmensidad del bosque, saltando cuan rápido puede pero sin alejarse nunca de su hogar.
Sus orejas rozan contra el viento pegándose a su nuca cuan más rápido corre, y la sensación de su pelaje ondeante le hace sentirse como uno de aquellos pájaros, que tanto ansía cazar... Aun si no del modo que otro lobezno cualquiera, haría. No quería las aves para comerlas, únicamente. El pequeño, quería aprender. Todo lo que en su madre veía, era imitado con extrema pulcritud. Hasta la exacta forma de lavar sus pezuñas tras andar por el barro, el pequeño había logrado, y sin embargo... No le parecía suficiente. Aquella pequeña criatura, ávida de diversión y logros por conocer, deseaba aprender: A volar.

Corría entonces el animal tras los gorriones que en las ramas bajas se ubicaban, y saltaba para asustarles y así obligarles a volar, observando con detalle cada pequeño movimiento que en su cuerpo se producía. Parecía sencillo al verles, pero él no era capaz de llevarlo a cabo.
Un ruido extraño, entonces, le asestó de pleno. ¿Qué era aquello? ¿Un piar distinto a los corrientes? El lobezno, sin pensarlo, comenzó a caminar sigiloso como una pantera, hasta el foco del sonido. Un nido, resultó ser, plagado de pequeñas crías de uno de esos maravillosos seres alados. ¡Eran bebés! ¡Eran como él! La luz se encendió en los ojos del pequeño, que se mantuvo en sus trece para evitar saltar de pura euforia. Decidió entonces, hacer la prueba. Tan veloz como pudo, saltó de entre la maleza, y ladró con fuerza a las aves para intentar asustarlas cuanto fuese capaz. Pero ellas... no parecieron percatarse. ¿Qué les sucedía? Las miró con atención. Las crías se apartaban juntas a un lado de su hogar, evitando la dirección del pequeño pero... No echaban a volar. Acaso... ¿No podían? ¿No sabían? El lobezno de nuevo, sintió un alivio tan grande que ni un baño en el agua del río podría haber igualado. ¡Las crías no podían volar! ¡Por eso él no podía! Sin poder, ni querer evitarlo, comenzó a dar saltos alrededor del roble en que el nido se encontraba dejando la lengua entre sus dientes salir a rozar el impío aire de la mañana. Se detendría en seco a los minutos, pensando. ¡No debía perder tiempo! Tenía que aprender, y qué mejor manera que con el correcto maestro.
Decidió así, el joven lobezno, esconderse de nuevo entre la maleza esperando a que el padre gorrión regresase a su hogar, y enseñase a sus pequeños volar, momento en el que él podría, al fin, aprender con ellos.

Así pasaron los días, en los que el pequeño animal caminaba a hurtadillas hasta el gran roble en medio de la espesura, y se escondía tras un arbusto cercano espiando durante horas a los pájaros que allí habitaban. Y pronto, llegó el día.
Uno de aquellos pájaros, de esos bebés, fue empujado poco a poco por su padre hasta el borde de su hogar, y con algunas dudas visibles al fin fue capaz de dejarse caer... Y echó a volar, hasta la siguiente rama del árbol cercana, acunado por los piares de sus hermanos y de su padre, que felices al fin podían verle convertirse en lo que la naturaleza había designado. ¡Era el momento!
El lobezno no cabía en sí de gozo, y sin importarle ahora el revelar su posición o no echó a correr hasta su propia casa, para poder hacerle saber a su madre lo que al fin, había descubierto.
Descontenta, la casi anciana mujer le mordió del pescuezo sin dañarle para evitar que se marchase a ninguna parte, ahora conocedora de lo que aquellos días había estado llevando a cabo. Con sinceridad pura le hizo saber al pequeño, con esos pocos gestos, que sus ideas no eran más que pura locura, y que aquello jamás podría realizarse. Pero él... ¡No estaba contento! ¡Había nacido para aquello! Revolviéndose entre las garras de su madre consiguió zafarse de ésta, y echó a correr hacia el río colina abajo, sin pensárselo ni dos segundos.
La madre, asustada, decidió perseguir a su pequeño, para al haber dado apenas ocho pasos fuera de su hogar, detenerse en seco gracias a su pata trasera, ausente. El cansancio podía con ella, y se dejó caer cuan larga era mirando el lugar donde su pequeño había desaparecido, con los ojos cristalinos al sentirse un ser completamente inútil.

El lobezno corría frustrado, enfadado y molesto, pero a la vez tan emocionado que no podía creerlo él mismo. La hierba rozaba sus patas, el viento mecía su pelaje, y sus ojos entrecerrados denotaban pura emoción contenida. ¡Era su momento! ¡Él podía volar! ¡Él podía volar!
Al fin dio con el río, y continuó su carrera colina arriba buscando un gran saliente que previamente conocía: La Cascada. ¡Era su momento, y ese debía ser el lugar para llevarlo a cabo!
Horas continuó su carrera, hasta al fin, dar con el lugar idóneo para su Liberación.

Se preparó el lobezno deteniéndose a cuarenta pasos del saliente, sabiendo que la caída contra el agua podría ser fuerte, al llegar al terror de los sesenta metros de altura, y replegó su cuerpo contra sí mismo en un intento por calmar su entusiasmo. ¡Iba a volar! ¡Al fin llegaba el día! Un par de inspiraciones, los ojos cerrados apenas un minuto y el corazón palpitando con tal fuerza que pareciese el aleteo de un colibrí. ¡Aquel era su momento, aquel era el día!
Sin pensarlo ni un minuto más, expiró todo el aire en su interior y clavó los ojos en la inmensidad del cielo, como aquella mañana decisiva haría. Sus músculos, tensados, darían preludio a aquello que solo él conocía, y entonces... Correría.

Y, por último, volaría.


Gracias, Math, por el maravilloso título.

martes, 3 de mayo de 2011

Me pide Abrazarte.


Remueven mi cerebro, acordes asonantes
tambores teñidos de frío púrpura
dejará la memoria, en donde ardía
cinceles candentes de agonía

¡No existe! Gritan mis entrañas al viento
¡No existes! Reitera el Eco, tu voz.

Bien pudiese aquel día
en la oscuridad gritar,
un Reo no cumple, solo dicta
antónimo, error fatal.

¡Orgullo! Clama mi alma sangrante
¡Valor! Exige sin poder mirar.

Cerrar podrán mis labios sus toscas manos
sendas amenazas acallar mi sentido,
mas mi corazón autómata, y desbocado
se inunda de todo aquello perdido.

Mentir pudiese al mundo entero,
y sonrisa, veneno, lanzar
conforme mi mente, destrozada
se opone firme al rezar.

“¡Sálvame, oh extraño! ¡Extiende tu mano hacia mi!
Pues no necesitas de un reclamo, un imploro: Un llanto.
¡Que viva la moral! ¡Que muera el Destino!
Solo clamo ser silenciada... Amigo”

Por poco pido, lo que entrego
y no prometo fallarle
habla mi Ser, desde lo más hondo
tan solo quiere:
Abrazarte.

lunes, 2 de mayo de 2011

Utopía.


Come el tiempo lágrimas de tu pasado
mientras ser ruin, el pájaro, acecha.

Vives sin futuro anclado, vagante
ante un mundo traidor, frío fulgor quema con cera.

Todo nace, todo vive ¡Todo se puede!
Dicen tus ojos de tempestad.
Ama la vida, ama el momento ¡Ama el amor!
Tu sonrisa vibra. Henchida: Verdad.

Y mientras yo, cual ave rapaz,
acecho en busca de un pedazo
de aquello que te hace vivaz.

¡Dame tu auge! ¡Dame tu arrojo!
Lejos de todo rencor,
quiero que llegue ese día. 
Auxilia el angosto camino: Utopía.