martes, 13 de marzo de 2012

Porque lo mereces.

Y la magia, un día acabó.

El cielo se tornó gris, cuando mediante palabras quedamos separados. Tan juntos, el uno parte del otro, las manos unidas... Y de repente tan lejos, solo por tres palabras intercambiadas.
En menos de cinco segundos, éramos un par de desconocidos que se encontraban incómodos al lado del otro.
En menos de diez segundos, nuestras manos se separaron, y sentí como si el hielo me quemase, y mi alma pidiese a gritos que aferrase sus dedos de nuevo entre los míos.
En menos de veinte segundos, mi corazón se estaba partiendo con tanta fuerza que me inclinaba sobre mí misma, buscando un punto de apoyo que no existía. ¿Por qué nunca había sentido tener algo ahí, tan dentro?
En menos de treinta segundos, ya de puro silencio, descubrí que el increíble dolor que me acordonaba el estómago se convertía en lágrimas que caían por mis mejillas, silenciosas. Y esa fue mi forma de decirlo todo antes de verle por última vez, como lo que un día fue.

Los días pasaron, y pasaron... Y pasaron. El dormir cada noche se hacía prácticamente imposible, pero al conseguirlo la paz te abrazaba durante un par de segundos, para luego amenazarte con una nueva pesadilla, privándote de la nueva escasa felicidad que tenías.
El despertar cada mañana era un infierno, pues lo primero que tu cuerpo reclamaba era girarse hacia un lado, el de siempre, y abrazarle por la cintura. Qué triste el abrazar a la nada, una vez más.
Y el caminar de cada momento, arrastrando los pies, sin rumbo fijo.
Servirse la leche del desayuno era algo mecánico y horrible, que hacía sin ningún objetivo, para después dejar el vaso sobre la mesa, entero, y marcharme a la ducha, donde las horas pasaban mucho más lentas.

El único descanso que encontraba estaba allí dentro, entre los ríos de agua que escondían mis lágrimas, donde podía casi gritar a pulmón vivo sin que nadie me dijese nada. Mis rodillas tocaban el frío y húmedo suelo mientras dejaba que cuerpo entero se empapase, daba igual si el agua estaba fría o caliente, pero siempre tenía que estar o muy fría, o muy caliente. Que doliese.

Al salir, deseaba ser otra persona. Deseaba transformarme, ser una piedra, una montaña, no sentir nada.

Los recuerdos cada vez que parecían marcharse, volvían con mucha más fuerza que antes. Cuando al fin creía que todo había pasado, llegaba uno de esos días en los que todo parece renacer, y duele como nunca. Perdí la cuenta de los días que me quedaba en la cama agazapada, ignorando toda realidad, en el gris de mi vida.

Y a pesar de todo, no me arrepentía como debería haberlo hecho, pues sabía que era lo correcto.

Poco a poco mi alma parecía haberlo entendido, y decidió despertar, rehacerse de nuevo.

Despacio, sin prisa, encontré que en mi corazón quedaban algo más que escombros escondidos, y decidí indagar en él.

Una luz pareció asomar en mi interior cuando asomaron los rostros de aquellos que no habían desaparecido de mi lado. Aquellos a quienes, durante unos meses, mi mente había olvidado... Y sus risas me hicieron despertar. Sus risas me hicieron revivir, lentamente. Mi propia risa.

Puede que mi corazón estuviese quebrado, y que a día de hoy aún llore de vez en cuando, pero es en esos momentos, que cuando al fin desahogo mi alma, puedo sonreír por lo que tengo... Y por lo que tuve.

Al fin y al cabo, el pasado es lo que me conforma, y aunque la tristeza se haga conmigo, puede más la felicidad de recordar los buenos momentos e intentar borrar para siempre los malos. Ahora, puedo mirar su cara y sonreír. Ahora, puedo echarle de menos, no por lo que fue... sino por lo que fui yo a su lado. Por cómo me sentía en mí misma, que es lo único que no volverá.

Ahora, me recuerdo a mí misma:

De lo único que huyes, es de ti mismo. Abrázate, y descansa de una vez... porque lo mereces.

Para la Vic que un día fue, y que espero pueda regresar, aún sabiendo que ya no la espero.

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